lunes, 27 de abril de 2015
miércoles, 15 de abril de 2015
Y después de la cumbre ¿qué?
Enrique Lau Cortés
Sin lugar a dudas, el consenso general fue que nuestro país aprobó con nota sobresaliente su compromiso internacional en la organización de la VII Cumbre de las Américas, calificada por muchos como la mejor. Esto evidencia nuestra capacidad de alcanzar grandes objetivos estratégicos cuando el Gobierno y el pueblo trabajan juntos.
Quedó en evidencia que esta región es la más inequitativa del mundo, que no somos pobres pero sí incapaces de hacer que el bienestar le llegue a todos, por lo que muchos de los discursos, las promesas, los compromisos y los sueños expresados coincidían en buscar “prosperidad con equidad” para nuestros pueblos. En algunos casos hubo coincidencia, en otros no, pero en lo que sí hubo unanimidad de criterio fue en darle a la educación un rol protagónico, por ser la herramienta más eficaz para derrotar a la pobreza.
Nuestro Presidente rebasó la lírica del discurso al proponer la realización, por primera vez, de la Cumbre de los Rectores con la participación de más de 400 universidades del continente. Ese escenario retomó los viejos y nuevos compromisos que demandan otra dimensión de la educación superior, como responsable de formar a los que esculpen al futuro de la patria, es decir a los niños, y a todos aquellos que desde diversos ángulos del desarrollo construyen las naciones.
Se concluyó que es imprescindible aumentar la cobertura y la retención, además de llevar educación a la gente que no puede ir a los centros educativos, para incrementar la cantidad de jóvenes que se gradúan y mejorar la calidad de lo que se enseña. Algo que debe ser tan dinámico como los cambios que vive la humanidad.
Nuestras universidades deben ser pertinentes y jugar ese papel en la solución de los problemas sociales; fortalecer la investigación e incrementar la cantidad de doctores (PhD) entre los profesores, de esta manera serán generadoras de conocimiento, no solo transmisoras de estos, y estar estrechamente vinculadas a los sectores productivos comprometidos por llevar conocimiento por igual, especialmente, a los sectores desfavorecidos.
Como país, debemos promover la ciencia y la innovación para que los niños aprendan jugando y sientan amor por las ciencias, tan fundamentales para el desarrollo de los pueblos. Debemos apoyarnos en otras universidades más internacionalizadas, con mentalidad global, que participen activamente en las redes de investigadores y estimulen el intercambio fluido de ideas, conocimientos y cooperación entre ellas, así como con las empresas y el Gobierno.
Es impostergable actuar y desarrollar políticas públicas que materialicen buenas intenciones, como la del presidente Barack Obama, quien planteó la posibilidad de que 100 mil jóvenes líderes de las Américas realicen estudios universitarios en las mejores universidades de Estados Unidos y viceversa. Para esto debemos ser bilingües. Destaco también la propuesta del presidente Juan Manuel Santos de crear un “sistema educativo americano”, similar al europeo, para que la calidad de nuestras universidades sea certificada y acreditada, y que los estudiantes y profesores tengan movilidad y enriquezcan su formación profesional.
Gracias al acuerdo suscrito entre el Gobierno de Panamá y el empresario Mark Zuckeberg, el internet será un derecho humano accesible a todos. Esto permitirá el desarrollo de aplicaciones mediante el uso de esa plataforma virtual, de forma que sin que importe la distancia las personas serán tocadas por la educación.
Todos estos temas han sido debatidos en diversos foros, y no son ajenos a nuestras universidades, conscientes de que deben renovarse. Sin embargo, falta voluntad política para que los presupuestos las provean de suficientes recursos económicos y se posibilite la movilidad y la aplicación de tecnologías de la información y comunicación, para lograr el desarrollo sostenible de los pueblos. Requerimos líderes que piensen en las futuras generaciones, no políticos que miren las próximas elecciones.
lunes, 6 de abril de 2015
Respetemos a la Universidad de Panamá
Enrique Lau Cortés
No soy egresado de la Universidad de Panamá (UP), aunque reconozco que me hubiera gustado serlo. Para algunos, tal vez no soy la persona adecuada para salir en su defensa porque aún me consideran un intruso. Sin embargo, en el tiempo que llevo de laborar en ella he aprendido a conocerla, valorarla y respetarla, especialmente por su papel protagónico en la lucha contra la pobreza.
Desde su fundación en 1935, cerca de 300 mil profesionales han salido de sus aulas para servir a la patria en las áreas de salud, justicia, comercio, ciencias, educación y comunicación social, entre otras. En gran medida lo que hemos alcanzado como nación lleva la impronta creadora de la UP. A nuestras sedes llegan cada año cerca de 60 mil estudiantes de la ciudad y del campo en todo el país, especialmente de los sitios más pobres. Es decir, de las mismas entrañas de la inequidad y marginación, ávidos de aprender para alcanzar sus sueños de ser mejores personas y lograr una vida digna para ellos y sus familiares.
La UP es mucho más que un conflicto coyuntural. Pasará y vendrán otros, pero el insumo y el producto más importante es el conocimiento. Son los cerca de 10 mil 448 graduados por año, en todas las disciplinas del saber; hijos de familias de todos los estratos sociales, de la ciudad y del campo. El 78% de ellos proviene de hogares con ingresos familiares menores de 600 dólares al mes.
Cuando usted se toma un vaso de agua, hace una inspiración profunda, toma un medicamento, algún alimento o utiliza un cosmético, ahí, sin que lo sepa, está la Universidad de Panamá. Ella acompaña al pequeño productor con técnicas agronómicas eficientes, con semillas certificadas y su programa de mejoramiento genético. Además, quienes trabajamos en la UP promovemos la solución pacífica de conflictos, por ello han disminuido los cierres de calles, y atendemos a los más pobres llevándoles educación, sin descuidar nuestras carreras estrellas.
Reconozco que la mayor debilidad que tiene la universidad es no divulgar todo lo que hace, a pesar de cumplir –sin interrupción y desde hace nueve años– con la rendición de cuentas a través de actos públicos en los que se informa a la comunidad académica, a la sociedad y a los medios de comunicación cómo se utilizan los recursos que el Estado le asigna a la institución. Desafortunadamente, las explicaciones de los resultados obtenidos parecen haber caído en saco roto.
Defiendo el derecho que todos tenemos de expresarnos libremente, a disentir y defender nuestra posición, pero debemos hacerlo con respeto, ingrediente indispensable para la convivencia pacífica. Cuando irrespetamos, se afecta la honra y la reputación de terceros. Llamar farsantes, ladrones, “varilleros” y hasta narcotraficantes a las personas que trabajan, estudian o vienen a la Universidad, es inaceptable desde cualquier punto de vista. Si alguien piensa que hay corrupción, entonces que ponga las denuncias y que se cumpla con el debido proceso, sin las influencias externas que pretende imponer la voluntad de una barra enardecida, que solo conoce o quiere conocer una cara de la moneda.
Espero que el examen al que se someta a la Universidad de Panamá sea independiente, objetivo, imparcial y oportuno, y que sus resultados sean puestos del conocimiento público para que se deslinden las responsabilidades, sin distinción alguna, en caso de encontrar ilícitos. Y que, en caso contrario, la sociedad sea informada con la misma relevancia.
Al enlodar a la UP, se menosprecia la calidad de los egresados, pues no puede ser bueno el que estudia y se gradúa en una universidad corrupta, con profesores que trafican influencias e incumplen sus deberes; con administrativos genuflexos y estudiantes políticos que no se preparan y se venden. Por ello, ensuciar el título de los que se han graduado en esta institución es un acto que nos ofende a todos.
Manchar una pared blanca obliga a hacer un alto para limpiarla, pero lamentablemente nunca queda igual. Por eso, deploro que la estrategia de los que, por querer matar al capitán, son capaces hasta de hundir el barco.
Así no se hace patria, ni se da un buen ejemplo de respeto de todos en un estado de derecho. Parafraseando a José Martí, “los agradecidos, cuando aprecian el sol ven su luz, los desagradecidos solo sus manchas”.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)







