lunes, 6 de abril de 2015

Respetemos a la Universidad de Panamá


Enrique Lau Cortés

No soy egresado de la Universidad de Panamá (UP), aunque reconozco que me hubiera gustado serlo. Para algunos, tal vez no soy la persona adecuada para salir en su defensa porque aún me consideran un intruso. Sin embargo, en el tiempo que llevo de laborar en ella he aprendido a conocerla, valorarla y respetarla, especialmente por su papel protagónico en la lucha contra la pobreza.
Desde su fundación en 1935, cerca de 300 mil profesionales han salido de sus aulas para servir a la patria en las áreas de salud, justicia, comercio, ciencias, educación y comunicación social, entre otras. En gran medida lo que hemos alcanzado como nación lleva la impronta creadora de la UP. A nuestras sedes llegan cada año cerca de 60 mil estudiantes de la ciudad y del campo en todo el país, especialmente de los sitios más pobres. Es decir, de las mismas entrañas de la inequidad y marginación, ávidos de aprender para alcanzar sus sueños de ser mejores personas y lograr una vida digna para ellos y sus familiares.
La UP es mucho más que un conflicto coyuntural. Pasará y vendrán otros, pero el insumo y el producto más importante es el conocimiento. Son los cerca de 10 mil 448 graduados por año, en todas las disciplinas del saber; hijos de familias de todos los estratos sociales, de la ciudad y del campo. El 78% de ellos proviene de hogares con ingresos familiares menores de 600 dólares al mes.
Cuando usted se toma un vaso de agua, hace una inspiración profunda, toma un medicamento, algún alimento o utiliza un cosmético, ahí, sin que lo sepa, está la Universidad de Panamá. Ella acompaña al pequeño productor con técnicas agronómicas eficientes, con semillas certificadas y su programa de mejoramiento genético. Además, quienes trabajamos en la UP promovemos la solución pacífica de conflictos, por ello han disminuido los cierres de calles, y atendemos a los más pobres llevándoles educación, sin descuidar nuestras carreras estrellas.
Reconozco que la mayor debilidad que tiene la universidad es no divulgar todo lo que hace, a pesar de cumplir –sin interrupción y desde hace nueve años– con la rendición de cuentas a través de actos públicos en los que se informa a la comunidad académica, a la sociedad y a los medios de comunicación cómo se utilizan los recursos que el Estado le asigna a la institución. Desafortunadamente, las explicaciones de los resultados obtenidos parecen haber caído en saco roto.
Defiendo el derecho que todos tenemos de expresarnos libremente, a disentir y defender nuestra posición, pero debemos hacerlo con respeto, ingrediente indispensable para la convivencia pacífica. Cuando irrespetamos, se afecta la honra y la reputación de terceros. Llamar farsantes, ladrones, “varilleros” y hasta narcotraficantes a las personas que trabajan, estudian o vienen a la Universidad, es inaceptable desde cualquier punto de vista. Si alguien piensa que hay corrupción, entonces que ponga las denuncias y que se cumpla con el debido proceso, sin las influencias externas que pretende imponer la voluntad de una barra enardecida, que solo conoce o quiere conocer una cara de la moneda.
Espero que el examen al que se someta a la Universidad de Panamá sea independiente, objetivo, imparcial y oportuno, y que sus resultados sean puestos del conocimiento público para que se deslinden las responsabilidades, sin distinción alguna, en caso de encontrar ilícitos. Y que, en caso contrario, la sociedad sea informada con la misma relevancia.
Al enlodar a la UP, se menosprecia la calidad de los egresados, pues no puede ser bueno el que estudia y se gradúa en una universidad corrupta, con profesores que trafican influencias e incumplen sus deberes; con administrativos genuflexos y estudiantes políticos que no se preparan y se venden. Por ello, ensuciar el título de los que se han graduado en esta institución es un acto que nos ofende a todos.
Manchar una pared blanca obliga a hacer un alto para limpiarla, pero lamentablemente nunca queda igual. Por eso, deploro que la estrategia de los que, por querer matar al capitán, son capaces hasta de hundir el barco.
Así no se hace patria, ni se da un buen ejemplo de respeto de todos en un estado de derecho. Parafraseando a José Martí, “los agradecidos, cuando aprecian el sol ven su luz, los desagradecidos solo sus manchas”.

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