lunes, 26 de enero de 2015

‘Benchmarking’ en educación'



Degustaba un delicioso dim sum, con mi amigo Anderson Gomes, un especialista en física, quien fue secretario de Educación del estado de Pernambuco, en Brasil, durante la administración del gobernador Eduardo Campos, y entre el ham pao, hakao y uno que otro shumai, no resistí la tentación de preguntarle qué había hecho para convertir a su Estado, en uno de los mejores en el ranking en educación básica y media en Brasil, después de ocupar los últimos lugares.

Lo primero que hicieron fue aumentar la permanencia de los niños en las escuelas con una sola jornada, de 8:00 a.m. a 5:00 p.m., pues hay evidencias de que más tiempo en las escuelas significa mejor desempeño académico. Al final del día, los niños regresaban a su casa a jugar y descansar. Para ello, tuvieron que construir instalaciones, mejorar las existentes dotándolas de comedores escolares para enseñarle a los niños a alimentarse, para combatir la desnutrición y la obesidad. Además, incorporaron la enseñanza de inglés, español y actividades extracurriculares como, deportes y música.


Al preguntarle ¿cuál era el punto crítico de este modelo? Me dijo, sin titubear: “Los educadores. Con ellos tuvimos que llegar a un nuevo pacto social, hay que pagarles mejor para que no tengan que trabajar en varios lugares para sobrevivir, estableciendo incentivos por desempeño. Hay que valorarlos, para que se incorporen y asuman el reto que comienza por capacitarse en las nuevas tecnologías educativas, además de la revisión de los contenidos curriculares para adecuar lo que se enseña, y preparar a los niños para la vida”.

Cada país debe aplicar su propia receta. No es eficiente importar modelos prefabricados del extranjero. Lo que podemos hacer es cortar nuestro modelo al estilo panameño para llegar a ese nuevo “acuerdo nacional” con los maestros y profesores. Además se deben construir más escuelas donde se necesiten, erradicar las tipo ranchos, incorporarles electricidad y energías de tipo renovable a más de 800 planteles que no la tienen. Es decir, impulsar las escuelas de excelencia, sin descuidar la educación incluyente; mantener más tiempo a los niños en los colegios para sacarlos de las tentaciones de las calles y las pandillas, además de alimentarlos de forma adecuada para que prevalezca el dicho de “barriga llena, corazón contento”. De lo contrario “los gritos del estómago con hambre acallarán las vocecitas del cerebro”. Nadie puede maximizar su talento con hambre.

Es impostergable fortalecer la educación bilingüe y hasta trilingüe en caso de los pueblos originarios, para que, además de su lengua ancestral, aprendan español e inglés. Es imperativo desarrollar el amor por las ciencias, la investigación y la innovación, sin descuidar las ciencias sociales. Por ello, debemos impulsar la robótica desde la escuela primaria, igual que el uso de tecnologías de la comunicación e información –el acceso a internet ya se declaró como un derecho humano–, para cerrar la brecha tecnológica y de conocimientos que hay en Panamá.

Debemos confrontar nuestros resultados y someternos a las mediciones del desempeño en educación a nivel internacional, para hacer los ajustes pertinentes y participar en las competencias mundiales en informática, robótica, mecatrónica, entre otras. Por eso, la “referenciación” competitiva con los mejores es el primer paso para superar nuestras deficiencias y para que los niños tengan acceso a una educación de la más alta calidad posible, de clase mundial, con fundamento en los valores de nuestra sociedad.


El proceso debe comenzar por reconocer la realidad del país para entonces mejorar. Hay que ubicar a los estudiantes en el centro del esfuerzo, despertar en ellos la alegría de ir a la escuela para aprender mientras juegan y participan. Creo que Panamá comienza a dar los pasos en la vía correcta con la enseñanza del inglés para todos, con el proyecto para construir más aulas y el de establecer la jornada escolar única. Sin embargo, eso no es suficiente. Falta mucho por hacer, pero se requiere la participación de los educadores y de la sociedad civil, y que el Gobierno dote los recursos y el apoyo necesario e impulse una visión, a largo plazo, para migrar de “planes de gobierno” a un “programa de Estado en Educación”, por ser la vía más segura para salir de la pobreza y mejorar los indicadores en salud. La educación es la única que nos hará libres y soberanos.

Dr. Enrique Lau Cortes

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